Agustín Gutiérrez Chiñas Escuela de Bibliotecología e Información Universidad Autónoma de San Luis Potosí 
La construcción de la palabra para nombrar a un objeto, o a un fenómeno natural o social, es un proceso que ha sido estudiado y regulado por la disciplina que se ha ocupado de este proceso de construcción. La palabra escrita o hablada es un medio que permite formar en la mente humana, una vez que ésta la capta, la representación del objeto o fenómeno al que se le asignó una palabra. Por esta razón, y para que la representación mental sea de mayor alcance entre los individuos que hablan una misma lengua, es necesario considerar y tomar en cuenta las indicaciones que la etimología y la morfología de las palabras establecen, para llevar a cabo su proceso de construcción. La etimología es la ciencia que estudia el verdadero significado de las palabras conociendo los vocablos de los cuales se derivan, los elementos de que constan y las modificaciones que experimentan(1); es decir, la etimología es la ciencia que estudia el origen, la estructura y la evolución fonética y semántica de las palabras. De este concepto y para el propósito de esta reflexión, es conveniente no olvidar que la estructura y la evolución fonética y semántica de las palabras juegan un papel importante en su proceso de construcción. Por su parte la morfología, desde el punto de vista de la lingüística, entendida como el estudio de las formas en que se presentan las palabras de una lengua, de los cambios en las formas de las palabras para expresar sus relaciones con otras palabras de la oración, de los procesos de formación de las palabras nuevas, etc.(2); toma en cuenta las radicales que representan las ideas centrales del objeto o fenómeno que pretenden representar en su nominación, agregándole antes o después las partículas que especifican y delimitan con mayor precisión la idea o concepto central del objeto o fenómeno en cuestión. Con base en estas precisiones, también es conveniente tener en cuenta que el idioma español cuenta en su haber con una gran variedad de palabras cuyo origen se encuentra en el griego y en el latín, de tal suerte que en el Sistema Educativo Mexicano se encuentra una materia que se llama precisamente: Etimología Grecolatina del Español. La palabra información está compuesta precisamente por dos vocablos de origen latino que son: IN, que significa en; y FORMARE que significa dar forma, poner en forma.(3) La conjunción más simple de estos dos vocablos forman el significado dar forma en algún lugar, en este caso en la mente humana, que es el único elemento que puede formar en su interior la representación de los objetos o fenómenos cuando los percibe directamente; o bien, cuando los percibe por medio de los signos gráficos, iconográficos y fonéticos que los representan. Con este sencillo análisis se puede deducir que la palabra información, como acción, es el proceso por medio del cual se forman representaciones en la mente humana por medio de la información que percibe del medio que la rodea, por un lado; y por otro, gracias a la información como producto terminado, la mente humana puede adquirir conciencia (conocimiento) de su propia existencia y de los objetos y fenómenos que la envuelven. La palabra información como tal, cuenta con una raíz que le permite mantener la representación principal del objeto o fenómeno al que se le asignó para nombrarlo. Gracias a la raíz INFORM, se pueden formar las palabras informar, información, informador(a), informatización, informatizar, informe, informante, informativo(a), entre otras; manteniendo siempre la idea central de la formación de la representación de objetos y fenómenos en la mente humana, cuando la mente capta por medio de sus sentidos a los objetos o fenómenos mismos, o a sus nombres escritos o hablados. Es decir, la raíz de una palabra mantiene siempre la carga semántica de la misma, sólo modificada, enfocada y enfatizada por los afijos que le anteceden o suceden. En la bibliotecología y bajo esta perspectiva, también se encuentran palabras cuyas composiciones tienen un origen grecolatino que continúan conservando su raíz con algunos afijos que permiten una comunicación simple y sencilla entre los miembros de esta disciplina. Este es el caso de las palabras: bibliofilia, bibliófilo(a), bibliografía, bibliográfico(a), bibliología, bibliometría, biblioteca, bibliotecología, entre otras; que hasta la fecha han propiciado un entendimiento del tema central que la raíz de la palabra biblioteca ha generado. Otro caso lo constituye la palabra clasificar, de la que se derivan: clasificación, clasificador(a), clasificatorio, etc. Sin embargo, existen casos en que se adoptan palabras en una disciplina, sin considerar su origen etimológico y morfológico para representar con claridad y precisión la idea tradicional y convencional del objeto o fenómeno que pretende representar, como es el caso de la palabra tesoro (thesaurum) de origen latino. En el caso de la bibliotecología, la adopción de la palabra tesoro, para nombrar a un listado de palabras que sirven para representar los contenidos informativos temáticos en los registros de los catálogos e índices de una colección documental, ha causado confusión por muchos años; porque el significado etimológico y morfológico de la palabra tesoro es: cantidad de dinero, joyas, valores u objetos preciosos, reunida y guardada(4). Es decir, esta palabra es de uso común para un contexto muy especializada y bastante conocido como lo es el financiero, contexto en el que la palabra tesoro representa riqueza material; lo que evidentemente dificulta su uso y aplicación en una actividad también diferente y especializado de la que se tomó. Si bien es cierto que un listado de palabras correctamente elaborado y estructurado representa un esfuerzo y trabajo valioso que le ahorra tiempo y dinero a sus usuarios, también es cierto que su entendimiento, uso y aplicación requiere de un mayor esfuerzo y tiempo en el campo de los servicios de información. Y como este caso se pueden encontrar otros, como lo es precisamente: ciencia en singular o ciencias en plural de la información. Si la etimología y la morfología lingüística ya han recorrido este proceso de formación de las palabras, desarrollando y estableciendo las reglas para llevar a cabo la conjugación de radicales y afijos de las palabras para construir otras nuevas sin perder su significado central, ¿por qué en bibliotecología, y en los servicios de información que de ella se derivan, no se puede adoptar este procedimiento para construir la palabra INFORMATOLOGÍA? Palabra ésta, que desde el punto de vista gramatical y con base en sus raíces de origen latino y griego, puede representar con mayor precisión y definición el estudio de todo lo relacionado con la información desde el punto de visto de un proceso, y también desde el punto de vista de un producto terminado. La palabra informatología estaría formada en este caso por dos palabras. Una de origen latino y otra de origen griego. Hasta la fecha, la uniformidad y la coherencia no se han dado en el abordaje del análisis y estudio de la información en todos sus aspectos: origen, desarrollo y consecuencias, por la confusión y disparidad que propicia el uso de varias palabras para nombrar este estudio y análisis. Estas palabras forman la siguiente frase: ciencia(s) de la información documental, o ciencia(s) de las bibliotecas e información, traducción literal del inglés. La ciencia como el conocimiento verdadero y exacto de los objetos y fenómenos, en su significado más común y tradicional, puede quedar representada por el sufijo LOGOS, como sucede en muchos otros temas; representación que traería como consecuencia un entendimiento más simple y llano entre los estudiosos de la información como proceso y como producto, entendimiento que ahorraría tiempos y esfuerzos utilizados en discusiones prolongadas sobre la información, sin llegar a un acuerdo. La carga semántica que trae consigo la morfología de las radicales de las palabras para nombrar objetos o fenómenos, facilita el proceso de construcción de otras palabras para denominar y representar otros temas que se derivan o nacen de algunos temas ya existentes. Este proceso de construcción garantiza en un alto porcentaje la captación y entendimiento, por parte de los miembros de la comunidad, del objeto o fenómeno representado en la nueva palabra construida. Lo único que necesita saber el inventor o creador de nuevas palabras para nombrar sus inventos o creaciones, son los principios elementales de la gramática de su propia lengua, su etimología y morfología, y no dejarse llevar por el papel protagónico de adjudicación de la paternidad de una palabra para nombrar un objeto o fenómeno fuera de contexto; o lo que es más triste, mostrar sabiduría en su ciencia, pero una ignorancia de los principios lingüísticos de su propia lengua. Lo curioso del caso para inventar o crear palabras nuevas, es que los constructores y reconstructores del conocimiento, tan apegados al rigor del uso y la aplicación de reglas y normas que dicta el método científico para llevar a cabo su proceso de construcción y reconstrucción, se olviden tan fácilmente de las reglas del juego para llevar a cabo la nominación de sus invenciones, creaciones o descubrimientos. Citas 1. Herrera Z, T; Pimentel A, J. Etimología grecolatina del español. 25 ed. México: Porrúa, 1998. p. 13 2. Mounin, G. Diccionario de lingüística. Barcelona: Labor, 1979. 249 p. 3. Márquez, F. Hacia una taxonomía epistemológica de la información. Bibliotecas y Archivos. (10): 2939, 1979. 4. Pequeño Larousse en Color ilustrado 2000. Barcelona: Larousse, 2000. 1792 p.
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